Mercedes Larreta presentó su libro y anunció muestra en Nueva York

Mercedes es prolifera y autodidacta. Sensible y sensitiva, juega con el arte y con las palabras con la misma ductilidad. Es así como, tras 30 años de pintar ininterrumpidamente, y de escribir poesía con la misma fluidez, su obra toda se conjuga ahora en un libro impactante: expone con claridad la talla de esta artista. 

Dice el ensayista, crítico, traductor y periodista Pablo Gianera en el texto introductorio del libro: “La novedad de Larreta, el lugar en el que ella encuentra lo nuevo, está realmente en la insistencia de la mirada; más todavía: en la mirada insistente de lo conocido. No es otra cosa el retrato sino el salto a lo desconocido que ocurre en lo familiar. Larreta es maestra de ese encantamiento”.

Y luego agrega: “¿Es Larreta una poeta que pinta? ¿Una artista que escribe? La pregunta, que podría haberse referido asimismo a Goethe o Padeletti (o a Michaux, a

Blake o a Dante Gabriel Rosetti), resulta finalmente irrelevante. La pintura es el silencio del poema, sin que por eso (…) el poema sea la palabra de lo pintado. La reciprocidad transcurre en otro orden: pintura y poema se consuelan mutuamente”. 

Por su parte, la curadora y estudiante de doctorado en Historia del Arte y Arquitectura en la Universidad de Pittsburgh. Diana Flatto, remarca que la obra de la artista “examina directa o indirectamente la relación entre la esfera doméstica y el ambiente. Sus sujetos interactúan directamente con la naturaleza en sus cuadros, literalmente abrazando plantas, holgazaneando con animales, o haciendo de perchas para pájaros. La intimidad con la que Larreta representa a estos sujetos funde el límite entre humano y ambiente, colocando animales como perros y aves en interiores domésticos y vehículos, y a la vez colocando humanos en entornos libres de estructuras artificiales. 

Maniobrando con destreza entre figuración y abstracción, las pinturas de Larreta hacen recordar generaciones anteriores de artistas argentinas”. 

La obra se inicia con la incertidumbre feliz del trazo, de su irrupción inesperada y llega, después una maduración sin vestigios de esfuerzo, a devolvernos el dibujo, ya no como contingencia sino como necesidad. Cerrado sabiamente sobre sí mismo, cada trabajo se nos ofrece a una contemplación de horizonte abierto.