
En La obra maestra desconocida, Honoré de Balzac nos dejó una alegoría: un pintor, Frenhofer, trabaja diez años en representar una mujer más o menos imaginaria; la belleza de esa mujer parece no admitir copia, y el pintor se afana entonces en correcciones interminables. Por fin, cuando les muestra el cuadro terminado a Pourbus y a Poussin, se revela que no hay ninguna mujer; incluso que en el cuadro no hay nada reconocible. Tal vez Balzac insinuó que Frenhof descubrió sin querer algo nuevo. Más probablemente, la alegoría indica que la belleza no se somete a la obstinación de la voluntad; peor, que le gusta sustraerse a ella. La alegoría artística de la obra de Mercedes Larreta sería simétricamente opuesta: ella, como Frenhofer, trabajó en secreto, pero supo siempre, aunque no se lo haya querido decir a sí misma, que la belleza también sopla donde quiere. La artista no incurrió en la soberbia de cambiarle la dirección, y su obra creció con la felicidad y la facilidad de algunos sueños.
Decía Jean-Luc Godard que si uno miraba el tiempo necesario una pared blanca algo iba a aparecer en ella. La poética de Mercedes Larreta es una poética que hace del blanco su propia variedad de la espera. La seguridad de la pincelada de la artista en estas floraciones se explica de igual modo por la espera de lo inesperado que, cuando adviene, no puede ser sino como es.
Hay recurrencias en lo inesperado. Recurrencias, en esta muestra, del color (los azules, los verdes) y del asunto. Uno podría organizar estas recurrencias en series, pero el impulso de esas series diversas es un solo. La de Mercedes Larreta es una obra unificada. Pensemos en los perros, en la representación de su mirada. En la mirada de un animal nos mira algo que no son sólo sus ojos. Aquello que habita en la mirada no es su propia y aislada individualidad de animal. Hay en esos ojos algo que parece trascenderlos y que espera. Pero ¿qué esperan esos ojos, que no son sólo los de los perros y los gatos -las criaturas que suelen vivir a nuestro lado- sino también los del ave o del caballo? ¿Esperan ellos o hay más bien algo que nosotros esperamos a través de ellos? El poeta Rainer Maria Rilke, en la octava de las Elegías de Duino, intentó corresponder el misterio de esa mirada cuando escribió que “lo que está afuera lo sabemos sólo/ por el rostro del animal”. Añade el poeta: “Para él su ser es infinito,/ libre y sin visión de su estado, puro como su mirada”. El animal ve eso que Rilke llamó enigmáticamente “lo abierto”, un horizonte incondicionado por la experiencia del tiempo, que es la nuestra. Eso mismo nos dejan ver también estos trabajos de Mercedes Larreta.
El blanco, como el silencio, es la espera de lo abierto que espera ocuparse, y que se ocupa para volver después a vaciarse. El arte de Mercedes Larreta despliega esa fricción sin lucha de lo lleno y lo vacío: o de cómo lo lleno sólo puede encontrarse en lo vacío.